sábado, 14 de agosto de 2010

1 de enero

CIRCUNCISIÓN DE NUESTRO SEÑOR *


En la Ley Antigua la circuncisión era un sacramento y constituía la primera observancia legal que Dios había impuesto al pueblo escogido entre todos como depositario de Su revelación. Dicho pueblo estaba formado por los descendientes de Abraham, a quien Dios había ordenado la circuncisión varios siglos antes de confiar a Moisés la Ley en el Monte Sinaí. La circuncisión tenía dos finalidades: en primer lugar, era una marca que distinguía al pueblo escogido del resto de la humanidad; en segundo lugar, constituía el sello de la alianza entre Dios y Abraham, por la cual Dios se comprometía a bendecir al Patriarca y a su Posteridad, y ésta a su vez quedaba obligada, por un pacto sagrado, a ser el pueblo de Dios y a guardar estrictamente sus leyes. Así pues la circuncisión era un sacramento de iniciación en el servicio divino, a la vez que una promesa de creer y obrar de acuerdo con la revelación y los deseos de Dios.

La ley de la circuncisión estuvo en vigor hasta la muerte de Jesucristo; por ello convenía que nuestro Salvador, que había nacido bajo la Ley y que había venido para enseñamos la obediencia a Dios, se sometiera a ella para cumplir toda justicia. Así, Jesús fue "sometido a la Ley" --es decir, fue circuncidado-- para redimir a quienes se hallaban bajo el peso de la Ley, librándoles de esa esclavitud, y para dar la libertad a quienes vivían en la servidumbre. El bautismo, que Cristo instituyó para reemplazar la circuncisión, nos hace hijos adoptivos de Dios.

El día en que fue circuncidado, Nuestro Señor recibió el nombre de Jesús, que significa Salvador, como lo había ordenado el ángel antes de que María concibiera. El Evangelio menciona la razón de ser de dicho nombre: "Porque va a salvar a su pueblo del pecado". Jesús iba a redimimos con los más atroces sufrimientos, humillándose, como dice San Pablo, no sólo hasta la muerte sino hasta la muerte en la cruz. Por ello Dios le exaltó y le dio un nombre sobre todo nombre, y al nombre de Jesús se dobla toda rodilla. Con esto concuerda lo que Cristo dijo de Sí mismo: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra".

Desde el punto de vista litúrgico, podemos distinguir cuatro elementos en la fiesta que la Iglesia celebra el primer día del año. Se trata, en primer lugar, de la octava de Navidad, probablemente como consecuencia de esto, se hace una conmemoración especial de la Virgen Madre, cuya eminente participación en este misterio no podía celebrarse dignamente en la misma festividad. En segundo lugar, los antiguos misales y otros documentos conservan la huella del espíritu de penitencia con que se celebraba este día, a lo que parece como una manifestación de protesta contra los escándalos y excesos con que los paganos empezaban el año. En tercer lugar, el Salvador fue circuncidado al octavo día de su nacimiento; este acontecimiento exigía por sí mismo una celebración.

En el estado actual de las investigaciones litúrgicas, la primera mención que conocemos de esta festividad se encuentra en el Leccionario de Víctor de Capua. Este documento, que da testimonio de las costumbres de Italia del sur en el año 546, tiene un introito De circumcisione Domini y señala como lectura del día el pasaje de San Pablo a los Romanos (XV, 4-14), en el que llama al Señor "Ministro de la verdadera circuncisión por la que Dios confirma las promesas hechas a nuestros padres". Un poco después, en el canon 17 del Concilio de Tours (567 P.C.), se nos dice que, desde la Navidad hasta la Epifanía todos los días eran festivos, excepto el triduo (probablemente del 1 al 3 enero), "durante el cual nuestros padres, para desarraigar la costumbre pagana, ordenaron que el 1º de enero hubiese una celebración privada de las letanías, lo cual no impediría el canto de los salmos en las iglesias, y que la Misa de Circuncisión se celebrase a la hora octava". Debe advertirse que, además de la referencia a la Misa de la Circuncisión, la palabra litaniae, en esa época estaba relacionada con las prácticas penitenciales. Algo más tarde, en el arquetipo del martirologio que se conoce con el nombre de Hieronymianum, que data aproximadamente del año 600, encontramos nuevamente una mención de la Circuncisión, así como en casi todos los calendarios, martirologios, leccionarios y otros libros del servicio litúrgico del siglo VII y siguientes. La liturgia romana actual no conserva ninguna huella de los esfuerzos de la Iglesia primitiva por lograr que los cristianos recientemente convertidos no tomasen parte en los ritos y excesos paganos del año nuevo, sin embargo, los llamados sacramentarios "Gelasianos", más o menos modificados por los usos que prevalecían en las Galias, en Alemania y en España, hablan constantemente de la segunda Misa de este día ad prohibendum ab idolis, es decir, contra las prácticas de los idólatras. Todas las oraciones de dicha Misa repetían la petición de que, quienes habían recibido la gracia de la adoración perfecta en la fe cristiana, tuviesen el valor de volver las espaldas con decisión a sus antiguas y detestables costumbres paganas. Cabe hacer notar que, aun antes de que la Iglesia pensara establecer una fiesta litúrgica relacionada con el primer día del año, San Agustín exhortaba ya a sus oyentes, en un sermón predicado en esa fecha a comportarse como cristianos en medio de los excesos que cometían los g en esa temporada.

Por consiguiente, es absolutamente seguro que el deseo de proteger a los miembros débiles de la comunidad cristiana contra la contaminación de las celebraciones del año nuevo, fue uno de los principales motivos que tuvo la Iglesia para instituir la fiesta en este día. Las palabras de San Agustín nos sospechar que él se daba muy bien cuenta de cuán inútil era imponer un ayuno general, precisamente en un día que era de fiesta para el resto del mundo. La naturaleza humana se hubiese rebelado contra exigencias superiores a sus fuerzas. Lo único práctico que se podía hacer, era aplicar los principios de pastores tan sabios como San Gregorio Taumaturgo y San Gregorio el Grande: cuando los usos paganos habían penetrado demasiado profundamente en las costumbres populares, la manera de combatir o neutralizar los efectos del mal consistía en establecer una festividad cristiana que sustituyese a la festividad pagana. En conjunto, queda la impresión de que fuera de Roma -en Galia, Germania, España, y aun en Milán y en el sur de Italia- se llevó al cabo un esfuerzo por exaltar el misterio de la Circuncisión, con la esperanza de colmar la imaginación popular y hacer olvidar a los vividores las supersticiones paganas. Sin embargo, en la misma Roma no existen huellas de referencias a la circuncisión sino hasta una época relativamente tardía. La Liturgia del día, en nuestro misal, al mismo tiempo que se hace eco de los sentimientos de la Natividad, como era de esperarse en la octava de dicha fiesta, se refiere de manera muy marcada a la Madre de Dios, por ejemplo, en la colecta. ¿Por qué esta importante mención de Nuestra Señora el primer día del año? Como lo indicamos más arriba, tal vez es simplemente el resultado de su íntima relación con el misterio de la Encarnación; pero hay razones para creer que la liturgia de este día es la de la octava de Navidad, tal como se celebraba en la antigua basílica romana de Santa María la Antigua. En todo caso, ya sea que en dicha iglesia se celebrara el primer día del año una fiesta como antídoto a las orgías paganas, o con algún otro fin, los esfuerzos sólo obtuvieron un éxito parcial, ya que los escandalosos excesos sobrevivieron, aun en la llamada "Fiesta de los Locos". Los mejores hombres de la Iglesia protestaron contra tales excesos durante toda la Edad Media, pero generalmente sus protestas resultaron inútiles.

Cf. Abbot Cabrol, Les origines liturgiques (1906), pp. 203-210; también la Revuedu clergérgé f rançais, enero, 1906, pp. 262 ss., y DAC, s.v. C irconcisión; F. Bünger, Geschichte der Neujahrsfeiern der Kirche (1909); D. Bünner, La féte ancienne de la Circoncisión, en La Vie et les Arts Liturgiqu.es, enero, 1924; G. Morin en Anécdota Maredsolana, vol. I, pp 426-428. Ver también Mansi, Concilio, vol. IX, p. 796; Maasen, Concilla Merov., p. 126; San Agustín, sermón 198 en Migne, PL, vol. XXXVIII c, 1025: y W. de Grüneisen, Ste. Marie Antique. pp. 94, 493. Hay en nuestro artículo una referencia al Hieronymianum, al que tendremos que referirnos frecuentemente. Se trata del Martirologio de Jerónimo, llamado así por haber sido erróneamente atribuido a San Jerónimo. Dicha obra fue imitada por todos los calendarios de mártires y de santos. Es una compilación hecha en Italia en la en la segunda mitad del siglo V; el manuscrito en el que se fundan todas las copias actualmente conocidas es una recensión hecha en la Galia, alrededor del año 600. El comentario del P. Delehaye sobre el Hieronymianum se encuentra en Acta Sanctorum, noviembre, vol. II, pt.2.

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* Vidas de los Santos, de Butler. Vol. I.